Mucho se ha hablado y escrito sobre las andanzas en Cádiz del
dominico francés Juan Bautista Labat, que llegó a nuestra ciudad el día 10 de
octubre de 1.705 procedente de las islas Martinica y Guadalupe, camino de Italia
donde debía asistir, como Comisario de las Misiones Dominicas, al Capítulo
General de la Orden de Predicadores que se iba a reunir en Bolonia.
Lo que pudo haber sido unas cortas vacaciones se convirtió en
cuatro meses de obligada estancia entre nosotros, ya que hasta el día 6 de
febrero de 1.706, no pudo emprender de nuevo el viaje a través de su amada
Francia por el bloqueo de la plaza de Cádiz por las tropas inglesas iniciado a
partir de la toma de Gibraltar.
El dominico francés y parisién de nacimiento, lo que según
nuestro erudito y recordado Augusto Conte Lacave, equivale a ser doblemente
francés, va poco a poco conociendo nuestras viejas tradiciones y nuestras
ancestrales costumbres religiosas, que, a decir verdad, lo dejan perplejo. Labat, no sólo limita su estancia en Cádiz para conocer la
ciudad con ojos muy críticos y algunas veces hasta despreciativos, también
visita pueblos de nuestra bahía y llega hasta Sevilla.
Por el tiempo de sus forzadas vacaciones, de octubre a febrero,
no llega a conocer nuestra Semana Santa nada más que por lo que le cuentan los
amigos que llega a hacer entre nosotros y los frailes de Santo Domingo en cuyo
convento vive durante el tiempo de permanencia en Cádiz. Sabemos su
descripción de la Iglesia Conventual en la que no hay nada que le guste y las
costumbres, para él raras, de los frailes del Convento gaditano. Labat, describe una Semana Santa tan cargada de tópicos y de
fantasía que, según Augusto Conde Lacave, " en esos escritos hay más de
ambiente italiano que de recuerdos españoles..."
De todas formas vayan estas perlas salidas de la pluma un tanto
derrotista del crítico fraile francés y parisién de nacimiento. Refiriéndose a algunas devociones principales de los gaditanos,
dice Labat:
"Pero estas devociones no son nada en comparación con las
de Cuaresma y Semana Santa. Nuestros Padres querían persuadirme que me
quedase en Cádiz para ver estas magnificencias. Nada, según ellos, era más
bello que las procesiones de penitentes que acompañan los misterios de la
Pasión, representados de una manera tan natural que no hay quien no deje de
derramar lágrimas a su vista. Mis asuntos me llamaban a otra parte, fuera parte
de que no me gusta llorar y quizás no estando conmovido ni edificado con estos
espectáculos hubiera escandalizado a los que hubieran observado que no
compartía sus mismos sentimientos..." ( SIC )
"En efecto ¿ qué sentimiento de compunción puede nacer en un
hombre discreto una serie de penitentes cargados de cintas y de encajes que se
azotan acompasadamente y que redoblan sus golpes bajo las ventanas de sus
queridas, o que salpican con sangre las bellas que se encuentran en las Iglesias
o en las calles, y que se toman la precaución de taparse la cara...?" ( SIC )
"Generalmente llevan también enlazada en las disciplinas
una cinta que a cada penitente regala su amada, y ellos la lucen como un
señalado favor... El disciplinante anda pausada y ceremoniosamente, y al llegar
junto a la reja de su amada se fustiga con un brío maravilloso. La dama observa
esta caprichosa escena desde las celosías de su aposento, y por alguna señal
bien comprensiva le anima para que se desuelle vivo, dándole a entender lo
mucho que le agradece aquella bárbara galantería..." ( SIC )
"Cuando los disciplinantes se encuentran en su camino con
una hermosa mujer, suelen pararse junto a ella y sacudirse de un modo que al
saltar la sangre caiga sobre su vestido. Esta es una interesante atención y la
señora, muy agradecida, les dirige palabras amables..." ( SIC )
"Como yo se lo que cuesta a estos
azotantes, pues
ante de exponerse a hacer estos ejercicios en público se hacen ensayar por
maestros que hacen profesión pública de ello, a azotarse con gracia, no
hubiera podido evitar de reirme y decir que esto era un espectáculo y todo lo
hubiera echado a perder..." ( SIC )
"... con frecuencia ocurre que los dos disciplinantes se
transitan a la misma hora y con idéntico aparato se cruzan en una calle y se
hostigan. Cada uno pretende que el otro le deje el paso libre y ninguno quiere
acceder: los criados que llevan delante con las antorchas encendidas, comienzan
a golpearse con ellas el rostro y a quemarse las barbas, los amigos de uno
desenvainan las espadas contra los amigos del otro, y los dos héroes de la
fiesta, sin otras armas que la disciplina con que iban castigando su cuerpo, se
busca entre la confusión de la pelea y al hallarse frente a frente dan
principio a singular combate. Después de calentarse las orejas a puros
disciplinazos recurren a los puños para golpearse fieramente con brutalidad
propia de carreteros... "( SIC )
"En el convento de nuestros Padres (
Labat se refiere al
convento de Santo Domingo donde celebraba misa durante su estancia en Cádiz) y
en el de los Franciscanos, me hicieron ver unos almacenes llenos de máquinas y
representaciones que llevan en las procesiones, un gran número de gruesas
cruces de madera que los penitentes llevan sobre las espaldas y otras más
pequeñas en las que se hacen amarrar por los brazos y por el cuerpo, como
si estuvieran clavados, y en esta postura tan incómoda visitan todas las
Iglesias de la ciudad. Los que han viajado por España e Italia han visto todas
estas ceremonias, de ellas trataré más ampliamente en el viaje a
Italia..." ( SIC )
"También hay verdaderos penitentes que inspiran verdadera
compasión y llevan arrollada en el desnudo torso y en los brazos una cuerda de
esparto, cuyas vueltas oprimen detal modo la carne, que toda la piel se pone
amoratada y sanguiolenta. En la espalda llevan siete espadas metidas entre cuero
y carne , que le producen numerosas heridas a cada paso que dan, y como llevan
los pies desnudos y las piedras de las calles son puntiagudas, con frecuencia se
caen los infelices. Otros llevan espadas: cargan sus hombros con una pesadísima
cruz: y tanto éstos como aquellos no son hombres vulgares acostumbrados al duro
sufrimiento, sino personas de mucha calidad que van acompañadas de varios pajes
vestidos con túnicas y con la cara cubierta para que nadie los conozca: éstos
llevan vinagre, vino, y otros reconfortantes, y los ofrecen de cuando en cuando
a su Señor, que a veces cae rendido, casi muerto, por los dolores agudos y la
fatiga insoportable. Tan difíciles penitencias ya no son voluntarias galanterías:
las imponen ciertos confesores, y el que las realiza, pocas veces pueden
librarse de la muerte, que le condena en breve plazo. Monseñor el Nuncio de Su Santidad me ha dicho que había
prohibido a los confesores que aconsejaran tales penitencias: pero aún he presenciado bastantes, y se supone que la devoción de cada penitente como
única inspiradora de tan rudos martirios"
Imposible imaginar que todo esto se lo contara al fraile
francés los dominicos y sus escasos amigos gaditanos. Labat fue un
recepcionista negativo de todo cuanto vio en Cádiz, pero la descripción de
una Semana Santa que no conoció se pasa de la raya y más parece producto de la
mente loca de un guionista de Hollywood, que una crónica salida de la
cabeza tonsurada cuyo propietario era un sujeto perteneciente a la todavía
imponente orden del Señor Santo Domingo de Guzmán.
En estas perlas cultivadas que tan solo transcribo tal y como el
fraile " las regurgitó ", queda patente la escasísima visión
que de nuestras tradiciones tuvieron todos los viajeros que han pasado por
nuestro suelo barroquizando históricamente nuestras tradiciones.
Ángel Mozo Polo