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HISTORIA Y MEMORIA

 
   

 

 
 

 Sobre la obra de Luisa Roldán en la Iglesia de la Victoria de Puerto Real.

Lorenzo Alonso de la Sierra Fernández

Francisco Espinosa de los Monteros Sánchez

 

21 de febrero de 2007

 

            La presencia de Luisa Roldán en Cádiz marca sin lugar a dudas un hito en el desarrollo artístico de la ciudad y constituye un importante episodio de su memoria histórica, pero todavía son muchas las lagunas que existen en torno a un correcto conocimiento del verdadero alcance de este hecho, pues aún no se han desvelado con nitidez ni el periodo exacto durante el que se prolongo su estancia, ni la producción que allí realizaron tanto la escultora como su marido Luis Antonio de los Arcos. Con respecto a la primera cuestión son muchas las especulaciones que se han planteado, apuntando las primeras a situarla entre 1.686 y 1.689, ya que en este último año consta la presencia del matrimonio en Madrid. Tras aparecer la firma y fecha, 1684, del Ecce Homo de la catedral de Cádiz se planteó la posibilidad de que el comienzo de esta estancia se pudiese situar en dicho año, pero tal aseveración carece de una base sólida, pues en el documento hallado en el interior de la talla no se evidencia nunca que fuese realizada en Cádiz y, por el contrario, se menciona al recién fallecido arzobispo de Sevilla, lo que parece apuntar con certeza que por entonces la escultora aún estaba establecida en su ciudad natal. Aún así, el hallazgo de un nuevo documento fechado en 1684 ha llevado a insistir en esta fecha para datar su traslado a Cádiz, pero, si bien en él se indica que por entonces Luis Antonio de lo Arcos era vecino de Cádiz, en la calle Ancha de la Jara, la lectura detallada no deja lugar de que esta estancia fue circunstancial al declarar poco más adelante que: “... yo luis Anttonio de los Arcos vzº de la Ciud de Sevilla residente en esta de Cadiz e digo q vendo a el Alferez D Henrique de fletes vzo della para el susodho y quien a su causa viere una esclava negra ... q la ube y compre de Antonio de Acosta en Sevilla vzo de la dha Ciud”. Otros documentos parecen señalar con claridad que el matrimonio Arcos-Roldán se desplazó a esta ciudad en 1687 y que su primer trabajo en ella fue la imaginería del monumento eucarístico catedralicio de la Semana Santa.

        

            Cual es la magnitud del catálogo de obras que salieron de las manos de Luisa Ignacia y su esposo durante el periodo 1687-1688, es la segunda, y más apasionante cuestión que se plantea en torno al estudio de estos artífices. Hasta la fecha se conoce su intervención en el mencionado monumento eucarístico, para el que llevaron a cabo un grupo de ocho pequeños ángeles pasionistas, que si bien mutilados y maltratados, aún se conservan en las dependencias del primer templo gaditano. De inmediato llegó el encargo de los santos patronos de la ciudad, san Servando y san Germán, que se realizaron con cargo al patronato de Cuéllar para figurar en la procesión del Corpus y constituyen una de las creaciones más logradas de la escultora. Se conoce también por fuentes bibliográficas la realización de un trabajo de gran porte, el grupo del tránsito de María Magdalena, que presidía el retablo mayor de la Casa Cuna y que desapareció durante la explosión de 1948, sin que se hayan conocido documentos gráficos de ella hasta fechas muy recientes. Durante las últimas décadas nuevas dataciones y atribuciones incrementan esta relación y entre ellas destacamos la imagen de María Magdalena de la cofradía de Jesús Nazareno (desaparecida en 1936), el grupo de la Sagrada Familia del convento de las descalzas, las tallas de san José y san Juan Bautista de la parroquia de san Antonio o el santo de este mismo título que realizó en 1687 para la Catedral Vieja. En el ámbito gaditano se incorporan otros trabajos, como el san Francisco de candelero conservado en el convento de Regina Coeli en Sanlúcar de Barrameda, o el barro del convento de Jesús Nazareno de Chiclana de la Frontera, pero sin lugar a dudas la obra más destacada es la dolorosa de la Soledad que se conserva en la iglesia de la Victoria de Puerto Real y que constituye uno de los grandes logros de su autora y la única dolorosa documentada, que permitirá depurar la avalancha de atribuciones indiscriminadas que sufre su catálogo.

 

            La imagen mariana conservada en Puerto Real ha sido estudiada hasta ahora en solitario, y es bien sabido que su presencia en dicho templo obedece a una donación del matrimonio Arcos-Roldán en 1688, pero los archivos nos desvelan ahora que esta pieza pertenece a todo un programa de renovación del templo que sin lugar a dudas contó con un importante grupo de trabajos salidos de sus manos. La iglesia de la Victoria fue antaño templo de un convento de frailes mínimos, que, como otros tantos en nuestro país, fue desamortizado en el siglo XIX. Los mínimos se establecieron en Puerto Real el 17 de Abril de 1628 y su primera sede fue la ermita de san Benito, hasta que el 23 de febrero de 1639 se instalan en su localización actual cediendo la ermita a los frailes franciscanos descalzos para que pudieran establecerse en la villa. Las décadas siguientes a este traslado estarían ocupadas con la construcción de la iglesia y convento y más tarde vendrían las labores de completar el ajuar mueble del templo, misión en la que jugaban siempre un papel fundamental la cesión de capillas y sepulturas a diferentes patronos para así obtener fondos y aportaciones materiales. Fue precisamente en el torno al año 1688, estando activa Luisa Roldán en Cádiz, cuando los documentos nos informan de importantes actuaciones, que incluyeron la realización de importante grupo de esculturas, que consideramos salieron de su taller.

 

El 18 de julio de 1688 “...el R. P. fr franco. de los Reyes lector Jubilado Calificador del santo oficio de la ynquisizion difinidor de Provincia y Corrector de su convento de nro Padre san franco de Paula desta ciud. haze en el diferentes colocaziones de ymagenes con festividades en su octava” y solicita al Cabildo municipal 300 reales “en razon de una fiesta a nra sra de la Vittoria” la cual sería el día primero de agosto. Es evidente pues que por entonces se realizó la talla de la titular del templo y no hemos de olvidar que fray Francisco de los Reyes aparecerá como intermediario en la compra o donación de las imágenes del Cristo Yacente y Nuestra Señora de la Soledad, obras que con toda seguridad proceden del taller de la Roldana. Desgraciadamente las renovaciones dieciochescas del templo o las rapiñas sufridas durante y tras la desamortización hicieron desaparecer esta talla y por tanto no nos es posible establecer más que la posibilidad de que su hechura se encargase al taller de la escultora sevillana.

 

En 1689 los mínimos cedieron dos bóvedas de enterramiento a Bartolomé Díaz Cantillo, comisario del Santo Oficio de la Inquisición en la villa, pues, tal y como ellos mismos expresan: “…abia gastado en la fabrica de la capilla del dho nuestro Padre sn franco de Paula y dado de limosna diferentes cantidades de Maras de su bolssa para material della y que tanbien a dado a este dho conbento el dominio de la Reliquia y efixie del sancto xpto crucificado…”. Más adelante agradecen al donante “… aber gastado de su propio caudal mucha cantidad en la fabrica de la capilla de nuestro Padre san francisco de paula sita en este dho conbento contigua a la Capilla del sanctisimo christo de la yspiracion y de la sacractisima Virgen de la Soledad que todas son de fabrica nueba y aber a su costa de escultura la hefixie de dho sanctisimo xto…”. Es por tanto bastante plausible pensar que este grupo de imágenes se pudo realizó poco antes, muy probablemente en 1688.

   

 

La imagen de san Francisco de Paula se nos presenta en nuestros días como una talla de candelero de tamaño académico para vestir con cabeza, manos y pies tallados en madera de cedro. Sin embargo primitivamente fue completa y contaba con un rico estofado en las vestiduras, en la actualidad casi perdido tras sufrir una adaptación durante el siglo XVIII para convertirla en obra de candelero y así poder procesionar, ya que consta en la documentación que lo hacía al menos desde los primeros años del siglo XIX. Hasta el momento esta escultura ha pasado totalmente desapercibida en los distintos estudios históricos y artísticos locales, salvo la honrosa excepción del profesor Muro Orejón que, cuando habla de este templo la definió como “una imagen de vestir de S. Francisco de Paula del siglo XVIII”.

 

            Sin lugar a dudas esta representación del fundador de la orden de los mínimos es la que se colocó en su propio altar en 1687-88 y un análisis detallado de la misma nos hace comprobar que estamos ante una talla de gran calidad debida a Luisa Roldán. El santo aparece erguido con la mirada hacia lo alto y el pie derecho adelantado ligeramente, lo que le proporciona cierto dinamismo. La cabeza es redondeada con una barba grisácea y canosa muy tupida y trabajada de un característico modo abocetado y algunos mechones resaltados, tratamiento que se repite en el cabello, gran parte del cual iba oculto originalmente por la capucha, desbastada durante la antes mencionada modificación del siglo XVIII. La boca, entreabierta, deja a la vista los dientes superiores, mientras que los labios son carnosos. Se han utilizado para los ojos piezas de cristal, sobre los cuales las cejas se arquean en una disposición muy característica de la producción de Luisa Roldán. La prominente nariz aguileña nos indica a simple vista la huída deliberada de idealizaciones que sublimen y embellezcan los rasgos del santo, y en efecto, la localización de una estampa realizada en 1519 por Jean Bourdichon y que sirvió como modelo a los retratos utilizados en la basílica de san Pedro de Roma en las ceremonias de su canonización, nos indica claramente que la obra de Puerto Real siguió fielmente estos rasgos con la intención de lograr recoger en una imagen destinada al culto público la mayor veracidad.

 

            Manos y pies muestran un tratamiento detallado y nervioso, conservando con mayor pureza los tonos blanquecinos de la encarnadura, muy similares a los de la cercana Virgen de la Soledad, hoy muy alterados en el rostro de san Francisco por repintes y barnices. Los restos del estofado que presentaba el hábito indican que éste debió ser de gran riqueza con motivos florales, obra de su cuñado Tomás de los Arcos quien por aquellos años colaboraba con ellos, como en el caso de los Santos Patronos de Cádiz, san Servando y san Germán, tal y como se pudo confirmar en unos documentos hallados dentro del san Servando. Así, el parecido de nuestra imagen con el san Ginés de la Jara que se conserva en el J. Paul Getty Museum de Los Angeles es evidente. Con esta obra, documentada en 1.692 como obra de la Roldana y policromada y estofada por su cuñado Tomás Navarro de los Arcos, comparte su composición general, barba abocetada y levemente partida con finos mechones, el dibujo de las orejas, nariz arqueada y hundida en el entrecejo, corte de los ojos, arrugas y pliegues de frente y ojos, casi idéntico modelado de la mano izquierda, etc; toda una serie de detalles que nos indican una misma mano. La cabeza del san Francisco de Paula tiene también idéntica composición que la del demonio del grupo del san Miguel de El Escorial hasta el punto de que casi se puede decir que, salvando las distancias, son casi idénticas.  

            Otra imagen atribuida a la mano de Luisa Roldán o su escuela es la talla del Cristo Yacente de la cofradía de la Soledad. Advocada en principio, como vimos anteriormente, como Santo Cristo Crucificado o incluso Cristo de la Expiración, fue donada al convento el 24 de noviembre de 1688 por el presbítero Bartolomé Díaz Cantillo, que ya conocemos como hermano mayor de la cofradía de la Soledad y gran benefactor de las obras del templo; su intermediario fue fray Francisco de los Reyes -el mismo personaje que contacta con el matrimonio de los Arcos-Roldán para la donación de la virgen de la Soledad.

            Tal y como el mismo declara se trataba de: “...una echura de sancto christo de bulto crucificado que llaman del sepulcro… que hes mio propio y conprado su hechura con mi dinero que costo Un mill y quinientos Rs de vellon por mano del Reberendo Padre Calificador del sancto oficio fr franco de los Reyes relixioso de dha horden” y obliga a que los frailes dejen a los hermanos de la cofradía hacer la procesión con el yacente el Viernes Santo. 

            El yacente es de tamaño académico y está realizado en madera de cedro policromada. Parece evidente, y así lo confirman los datos que se recogen anteriormente, que desde un principio fue concebido como imagen articulada, que seguramente figuraba como crucificado en su capilla y el viernes santo aparecía en la urna del santo entierro.  A esta circunstancia, que condiciona claramente su aspecto, hemos de unir el hecho de que la talla sufrió en torno a 1750 un repinte general, al que obedece su actual policromía brillante con llagas de entorno verdoso, muy al gusto de los maestros genoveses que por entonces trabajaban en Cádiz. En cualquier caso el análisis formal de esta pieza no deja dudas con respecto a su procedencia del taller de Luisa Roldán y Luis Antonio de los Arcos.

 

 

La cabeza es alargada con cabellera y barba trabajadas de un modo abocetado, mientras que la boca, de característicos labios carnosos, aparece entreabierta, dejando a la vista los dientes superiores. Los ojos están completamente cerrados y el globo ocular apenas se marca en su parte superior, rematándolos unas  cejas arqueadas y finas. En líneas generales, el modelado es muy similar al que presenta la imagen del san José conservada en la iglesia de san Antonio de Cádiz y también comparte algunos detalles anatómicos con la virgen de la Soledad, tales como el modelado de cejas, entrecejo y globo ocular, el labio superior levantado y el modelado de la nariz, o con el Ecce-Homo del primer templo gaditano cuya boca es idéntica al yacente puertorrealeño.

Es muy característico el modo como se hunde el cuello sobre el pecho, quedando la clavícula resaltada sobre el bloque toráxico, particularidad que comparte con otros trabajos de la autora como el ya mencionado Ecce-Homo de la catedral de Cádiz o el san Juan Bautista que guarda la iglesia de san Antonio en la misma ciudad. El sudario está tratado también de un modo esquemático, muy similar a otras obras del taller Roldán, y, en concreto, guarda grandes similitudes con el del Cristo del Perdón de Medina Sidonia. Destacan en esta imagen especialmente el modelado de las piernas y brazos, trabajadas con gran pericia. Los dedos de los pies presentan una notable separación del pulgar con respecto al resto, éstos con un arqueo y tratamiento de las uñas característico, que se repiten en la imagen del san Francisco de Paula.

 

Todos estos datos apuntan sin lugar a dudas a una actividad intensa de del matrimonio de los Arcos-Roldán para el convento de los mínimos puertorrealeño, que debió extenderse más aún, pues es muy posible que por estas fechas se construyese el primitivo retablo mayor, que presidiría la virgen de la Victoria. Desde esta perspectiva no resulta nada extraño que los escultores donasen en 1688 la imagen de nuestra señora de la Soledad, gesto que sin duda indica una estrecha relación y un compromiso para con sus clientes. Es precisamente la dolorosa de la Soledad la que, no sin razón, ha acaparado hasta ahora la atención de los investigadores, pero creemos que esa visión debe ampliarse a todo un lote de piezas en las que sin duda se evidencian desigualdades de calidad y ejecución, pues aún quedan mucho camino por recorrer en el conocimiento de esta escultora y por determinar cual fue el papel que desempeñó su marido en los trabajos que a ella se vinculan. En cualquier caso el templo de la Victoria de Puerto Real es ya punto de obligada referencia para investigadores y estudiosos de esta faceta de nuestro patrimonio histórico.

     La expresiva talla de la Soledad ha sido objeto de diversos análisis y por ello no vamos a detenernos en esta labor, pero si queremos apuntar que su conocimiento abre nuevas perspectivas que permiten confirmar atribuciones hasta ahora manejadas y acercarnos a otras nuevas, sobre las que apuntamos unos breves rasgos, que ampliaremos en futuros trabajos. No deja de sorprender que una escultora a la que se han vinculado tantas imágenes de candelero de la virgen dolorosa, no cuente con más que una talla que coincida plenamente con su estética y que permite rechazar algunas atribuciones históricas, como es el caso de la virgen de Regla de la hermandad de los panaderos de Sevilla.

     En cambio, pensamos que esa fama tiene su base y precisamente una de las más bellas dolorosas sevillanas, la virgen de la Estrella, tradicionalmente vinculada a Juan Martínez Montañés y más recientemente a José Montes de Oca, encaja perfectamente en su estética y desde aquí proponemos su vinculación a esta autora.

 

 

La hermandad de Estrella, como es bien sabido, nació en Triana durante el siglo XVI como corporación de luz y desde sus orígenes estuvo relacionada con  la orden de los frailes mínimos, residiendo en el convento de la Victoria de Triana, y hasta 1674 no pasó a ser titular de una hermandad penitencial al fusionarse con la de Jesús de la Penas. Los vínculos a la orden de san Francisco de Paula, titular de hermandad trianera, no dejan de resultar al menos indicativos y hemos de pensar que sería tras la mencionada fusión cuando se decidió realizar la imagen de la virgen dolorosa para acompañar al señor de las Penas, que había tallado años antes José de Arce, en su anual estación de penitencia. Pero nada más elocuente que comparar esta bellísima talla con las obras gaditanas de Luisa Roldán, sobre todo con uno de los santos patronos de la Catedral nueva y con la extraordinaria imagen de María Magdalena que poseyó hasta 1936 la cofradía de Jesús Nazareno, para plantearnos una autoría común. Bien es cierto que la Soledad puertorrealeña, cuyas expresivas manos presentan un sorprendente parecido con las de la talla sevillana, nos muestra un tipo de rostro más redondeando con cejas arqueadas, pero no deja de ser cierto que los propios patronos de la catedral gaditana indican con claridad que el taller de la escultora produjo tanto este tipo de corte de cara como el anguloso de la Estrella. Rasgos comunes serán, además de las elocuentes manos, la significativa forma de resolver la boca, carnosa y con el labio inferior caído en gesto de dolor acentuado, y el labio superior coronado por un característico hoyuelo.

 

 

La especial caída de los párpados superiores, dota a esta talla sevillana de una singular expresión que en principio parece ajena a la escultora, pero no creemos sea un obstáculo para la adjudicación, pues aún quedan muchos trabajos de Luisa Roldán por identificar y no hemos de olvidar que otras obras pasionistas suyas, como el Nazareno de Sisante, presentaba antes de las brutales mutilaciones sufridas en 1936 una mirada baja semejante. Enlazando con esta talla conquense podemos mencionar la que consideramos otra de las grandes obras maestras de esta autora y que hasta ahora no ha sido vinculada con su producción, el Niño Jesús del Dolor que conserva la congregación madrileña de san Fermín de los navarros. La insostenible y tradicional atribución de esta pequeña talla a Cano ha hecho dudar a algunos especialistas, pues evidentemente su dramatismo barroco es ajeno por completo al quehacer del racionero. Ese dramatismo es de clara progenie roldanesca y por no resultar cansinos, un repaso a los rasgos del rostro, de la cabellera, de la composición, en resumen, el espíritu que la anima, nos lleva sin dudarlo hacia Luisa Ignacia. En paralelo con esta imagen relacionamos también otra talla del Niño Jesús del Dolor que se conserva en la actualidad en el convento de Capuchinas de Alcobendas (Madrid), procedente del homónimo cenobio madrileño de la calle Barquillo y cuya expresión recuerda aun más si cabe a la dolorosa sevillana de la Estrella. Esta imagen se encuentra de nuevo atribuida a Cano e incluso a Pedro de Mena pero, por las mismas razones antes referenciadas para la imagen de San Fermín de los Navarros, la adjudicamos a la mano de Luisa Roldán.

 

Sin lugar a dudas son muchas las líneas que aún quedan por escribir sobre esta singular escultora, cuya producción siempre despertó admiración, hoy redoblada por el valor añadido que supone el haber destacado como artista a pesar de las dificultades que para ello conllevaba en su época la condición femenina.


 

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[1] Artículo publicado en el Boletín Cuaresmal de la cofradía de la Soledad de Puerto Real (Cádiz) del año 2007.

 

 
 

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