Apartado Literario

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Prólogo al artículo 

'Elogio de la Semana Santa Gaditana',

de José Manuel García Gómez


        Lo evoco lentamente, en esta hora que arrastra su paso hacia la madrugada, rastreo sus poemas y ellos me devuelven su proximidad, su voz. "Mi padre duerme, su semblante augusto figura un apacible corazón" dijo en un inolvidable verso el poeta peruano César Vallejo. Lo rescato del sueño y le pongo prólogo a este artículo que escribiera en 1973 y que un 22 de abril apareciera en las páginas de Diario de Cádiz con dedicatoria justa y merecida al entrañable y recordado cofrade Manuel Campe. He aquí en síntesis su visión lírica de la Semana Santa gaditana, esa Semana Santa que le llenaba de emoción, que le inspiraba versos que relampagueaban como estrellas que nunca acaban de dejar de esparcir su huella, su sentido. Él sigue aquí, donde siempre. Lo sé. Podemos pasear de su mano, que nos lleve donde quiera para sentir la emoción de un paso en la calle, la saeta que sofocada llega desde alguna garganta vecina y se posa en los ensangrentados ojos de Cristo, para elevar su adjetivo preciso a los cargadores que mecen un paso de palio con elegancia y mimo. La cera se desborda como se desbordan las lágrimas sonoras de una dolorosa, como se desborda la luz atlántica, azulada y profunda de Cádiz. Es hermoso ver cómo sus palabras nos siguen diciendo cosas, cómo siguen viviendo si las rescatemos y las vamos recorriendo con los ojos ensimismados siguiendo su entonación, su estela. En este artículo está en síntesis el dominio de la expresión, del verbo que no comerciaba con el artificio, la claridad que no necesitaba de pompas ni de ficciones. José Manuel García Gómez nos deja en este paseo por la Semana Santa de Cádiz su mirada de poeta. La misma que derramó en sus dos pregones de la Semana Santa gaditana que ofreció en 1967 y en 1980. Sólo el escritor isleño Francisco Montero Galvache – si contamos como tal su pregón de 1960 que organizara la cofradía de la Columna y añadimos el de 1974- pregonó dos veces la Semana Santa de Cádiz. Junto al pregonero incansable, que siempre entendió el pregón con una dignidad literaria de la que muchos pregoneros debieran aprender, hay otros aspectos de su trayectoria que no convendría olvidar. Su biografía está cargada de detalles interesantes: La fundación y dirección en la década de los años 50 de la Revista Caleta donde colaboraron los mejores poetas españoles de su tiempo o la fundación en 1970 del Colegio Argantonio del que fue director durante cerca de 25 años muestran dos facetas de su personalidad: la literaria y la pedagógica. Como escritor ahí quedan sus Guías de Cádiz y Huelva editadas por Everest o libros de poemas como En medio de las olas, emocionado canto a Cádiz, o Cuatro Canciones para Manuel de Falla, donde el insigne músico gaditano sirve de medio expresivo para cantarle a Granada, Córdoba, Sevilla y Cádiz. De su aportación a la Semana Santa de Cádiz no sólo dan fe sus numerosos pregones sino también su aportación literaria a la obra que sobre la Semana Santa de Cádiz y Jerez editó Gemisa en 1988. Esbozada su biografía dejemos que el poeta nos cante su Semana Santa, que la recorra y la abrace. La Semana Santa que llevaba impresa en los ojos desde la niñez. Sí, esa niñez que nos asalta siempre, aún en la lejanía, para decirnos que no perdamos nunca sus revelaciones. Aquí os dejo con la palabra de José Manuel García Gómez.

 

Luis García Gil


 

ELOGIO DE LA SEMANA SANTA GADITANA

 

 

A Manolo Campe

en el cielo de Cádiz.

 

       El andaluz es uno de los pueblos más religiosos del mundo y, también, uno de los menos iconoclastas. Frente a la herejía protestante o jansenista, el andaluz ha respondido con las "guedejas quemadas" de sus Cristos morenos y con el inmenso tulipán de sus Vírgenes con miriñaque, y su misterioso y lejano ayer, su intenso pasado histórico, su deslumbrante geografía, han servido para enriquecer sus ansias espirituales, ansias que el andaluz artista por la sangre ha necesitado concretar, representar, dando origen, por esa necesidad de "representación" a innumerables manifestaciones de muy real y expresiva belleza. Una de esas innumerables manifestaciones es la fervorosa y hermosísima estampa de la Semana Santa Andaluza. En el breve y certero poema de Manuel Machado cada una de las ocho capitales andaluzas tiene su justo adjetivo, un adjetivo que por haber sido buscado y rebuscado sin prisa, ofrece los recónditos encantos de las provincias que componen el riquísimo mosaico andaluz, el más extenso y definido de la geografía de España. Así Jaén es "plateado" y Almería "dorada" y Sevilla, sustantivo y adjetivo a la vez, porque de tan hermosa para el poeta, parece como si se adornase con todos los adjetivos del inefable mundo poético o "con la sola música de sus tres claras sílabas famosas y turísticas". Y también Cádiz, que en el poema de Machado, aparece en su desnuda y palpitante "salada claridad".

        Así, con un adjetivo distinto, como en los versos del poeta sevillano, las ocho ciudades andaluzas viven de muy diversa manera, el hermoso y estremecido misterio de la pasión, prestando sus cabales acentos a los desfiles procesionales que componen la recargada y bellísima Semana Santa andaluza: Una manifestación de auténtica espectacularidad a la a la que no negaremos, de acuerdo con esa religiosidad del andaluz, tan llena de concreciones y materializaciones, su impresionante y piadoso significado.

        Y ahora, dentro de ese vivo y airoso marco andaluz, Sevilla prestará a sus desfiles procesionales la luz cegadora de su cielo y el aroma ardiente y limpio de sus jazmineros. Y Córdoba la gravidez de su perfección senequista; y Jaén el verdor y la suavidad de su olivar de plata; y Málaga el ancho y heridor quejido de su copla...Y Cádiz la claridad sin fin de su hermosura, la gracia de su gracia, la sal de sus brisas.

        Cádiz es una tierra viejísima, y esta vejez, vejez fecunda como la de los vinos de Jerez, se refleja en su aire, condicionando todos los aspectos de la vida gaditana. Cádiz es además una ciudad profundamente urbana, elegantemente trazada. Esta elegancia se advierte en la graciosa disposición de sus calles y en el incomparable recato de sus plazas. Calles y plazas componen un acabado muestrario de corrección y armonía. Y como las calles de Cádiz llevan al mar ( Y Cádiz pertenece al mar, junto al mar juega a la historia y a la leyenda, y del mar le viene su fresca y rezumante originalidad), el mar es ajustado y luminoso escenario. Por el mar las calles de Cádiz son el aireario juanramoniano, ese otro mar de aire que hoy sopla al paso de sus Cristos llagados y de sus Vírgenes desconsoladas., meciéndolos de esa manera especial que Pemán supo adivinar en unos bellísimos octosílabos: una manera hecha de tango y ternura y de vaivenes de mar.

        Y con ritmo de tango y a golpe de ternura, el piadoso oleaje cofradiero se desparrama de domingo a domingo, de San José a Santa Cruz, de San Antonio a Santiago, mientras redoblan tambores y el aire se estremece con el duro y acompasado martilleo de las horquillas de los cargadores. Y la tarde se adorna con el desfile multicolor y penitente, y las campanas anuncian el esplendor y la inquietud de las salidas procesionales, y el aire de la mar parpadea en los cirios y ondea las sedas y los terciopelos nazarenos.

        Y por las calles de Cádiz, soñadas para la intimidad y el discreteo, y medidas para el piropo y el verso caceantes, los pasos lucen su acabada hermosura, el delirio de su deslumbrante orfebrería, el aroma de su jardín en vilo, el caliente chisporroteo de sus luces de cera, la belleza innegable de su rítmico mecido, mecido blando y suave, trenzado como decía el poeta, de ternura y de vaivenes de mar, de un mar azul y trémulo que se quiebra, como la copla en la garganta por el ceñido y justo callejeo gaditano, sorteando la esquina, burlando el cierro o el balcón de geranios. Del mar de Cádiz y de sus frescos verdores submarinos es el vaivén que en la dorada tarde del Domingo de Ramos, mece desde Puerta Tierra, la rizada palma cofradiera de Jesús de la Paz. Del mar del parto gaditano es el aura que sopla, entre anclajes, sirenas y escotillas, por el Convento de los agustinos, a la salida del Cristo de la Humildad y Paciencia, con la añeja fragancia fervorosa de sus lejanos Cargadores de Indias. Cristos de mar de Cádiz...Señor de la Vera- Cruz, devoción navegante desde el limpio orillaje de la América Hispana; Cristo de la Misericordia, corazón de la Palma, estampa milagrosa junto a la refrescante, ostionera y evocadora Caleta gaditana; Señor de la Columna, socorredor de celajes estériles, estampa marinera del mar de la Alameda; Cristo de la Piedad en el azul abierto de su antigua capilla junto al fenicio mar de Cádiz; Jesús Caído, flor en tierra en su Iglesia del Colegio Mayor, salada y blanca cofradía del Mentidero: Salada como el mar gaditano, blanca como la sal de los esteros de la Isla;

        Cristo de la Salud, que sabe por la Virgen galeona, de la espuma salobre del océano; Señor de la Sentencia, derroche cofradiero por la humilde marea del Barrio gaditano de Santa María; Cristo del Perdón en su paciente madrugada por el mar soñoliento del alba gaditana; Jesús de Medinaceli, por la soledad y el desamparo del mar y el cielo de Cádiz; Cristo de los Afligidos como un "barco de luces" por la derramada espuma del Campo del Sur; Nazareno de Santa María, Señor de tempestades y bonanzas, alto y señero Jesús, mástil del barrio gaditano, al que Cádiz ofrece el corazón anclado de su marinería; Cristo de la Buena Muerte, rosa tronchada por la noche de Cádiz, lirio mecido por las frescas auras...

        Y por el penoso itinerario de los Cristos de la mar de Cádiz, las Vírgenes gaditanas riman, en sus bellísimas advocaciones, una estrofa de dolor contenido en la apoteosis de luz y color de sus pasos de palio, y como para remediar el dolor de la Pasión, Cádiz llora y canta a su manera y presta el alma del aire que es su alma para mecer a la Señora, como se mecen las barcas de la Caleta, como ha querido el poeta: con esa manera hecha de tango y ternura y de vaivenes de mar, de ese mar de Cádiz que abraza a la ciudad, a este "montón de finura" como la llamó Juan Ramón Jiménez.

 

José Manuel García Gómez. Poeta. 1973.

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